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Historias Paralelas 2022

La experiencia de una hija

María Paz Ríos te muestra su experiencia como hija y cuidadora de una mujer con cáncer.

Había oído a muchas de mis pacientes describir el momento del diagnóstico de su enfermedad. Mientras hablaba con ellas, me las podía imaginar allí sentadas recibiendo ese impacto…  y de repente me colocaba yo en ese lugar, acompañando a mi madre.

Ella sentía un miedo atroz y yo, aunque con miedo también, estaba ante una oportunidad excelente para devolverle todo el cuidado, en el amplio sentido de la palabra, que ella me había proporcionado a lo largo de mi vida.

María Paz Ríos es psicóloga y coordinadora de Agamama. Su formación y experiencia a priori le permitían manejar la situación desde un punto de vista diferente pero ser hija en esta ocasión hizo que, como ella misma nos cuenta, «en parte, en ese momento, intercambiamos papeles vitales«

El médico había sentenciado “a ver si da tiempo a ponerle los tratamientos”, gracias a Dios ella no lo escuchó, hay personas que en estas situaciones lo afrontan “no sabiendo tanto”. La operaron y recibió inmunoterapia ya que su tumor era de riñón y quimiorresistente.

Yo me encargaba de su cuidado físico y emocional: trabajaba en aquel momento en el Ayuntamiento de San Fernando por la mañana y en AGAMAMA por la tarde. Salía en mi tiempo del desayuno para ponerle la primera dosis de su medicación. Pobre, se espantaba cuándo abría la puerta cada mañana… luego otra dosis 12 horas después. Ella confiaba en mí y yo sabía el papel tan importante que me tocaba y así lo hice, la acompañé lo mejor que supe. Leyéndole cuentos y reflexionando sobre ellos, especialmente “Las ranitas en la nata” de Bucay, escuchando y ayudándole a reformular sus pensamientos más negativos.

Pasados los meses de recibir el tratamiento no hubo ninguno más. Mi madre se recuperó aunque cada 4 meses, hasta el final, visitaba a su oncólogo para revisiones, no olvidemos lo que había dicho el médico aquella primera vez… “a ver si da tiempo a ponerle los tratamientos”. Ese tiempo se convirtió en 12 maravillosos años, no 1 ni 2… sino 12 años! Luego la enfermedad volvió.

Durante los años que no tuvo síntomas vivió una vida plena, con su familia y llena de pequeñas cosas que la hacían muy feliz. Había recibido una inmensa sacudida que le había dejado una gran lección, yo caminaba a su lado “viviendo el presente” sin olvidarme de aquella frase del diagnóstico aunque agradeciendo cada día que disfrutaba junto a ella. 

Yo les digo a mis pacientes que los demás actuarán durante este proceso según ellas actúen… y eso hizo mi madre al final de sus días, ser muy generosa como siempre lo había sido y marcar el camino a mis emociones para que yo le diera valor al presente, descubriera lo esencial y me preparara para su pérdida mientras charlábamos, nos reíamos y veíamos fotos en su cama.

Hoy sé lo importante que fuimos la una para la otra, lo sé por todo lo que ha dejado esta experiencia en mi corazón: una paz inmensa desde que se fue. Su legado está presente en mi vida, el amor por la naturaleza y cuando paseo por el campo, respiro hondo y la siento, me ha dejado en herencia el valor de la amistad, a dos buenas amigas que hoy son también mis amigas y  sobre todo me ha dejado su capacidad para escuchar y ayudar a los demás que es a lo que me dedico profesionalmente  y a lo que me quiero dedicar desde ahora a nivel personal.

Gracias a las personas que me han acompañado a mí mientras sostenía a mi madre a lo largo de estos años. Habéis sido piezas clave en esta historia.